Cementiri de les Corts. Obligaciones y costumbres funerarias en les Corts 1847

Introducción

Este es el segundo post dedicado al cementiri de les Corts y que tiene como objetivo divulgar de nuevo mi trabajo de investigación sobre este recinto, realizado entre 2015 y 2016 que sacó a la luz información inédita. Dicha investigación ya estuvo publicada íntegramente en mi anterior blog , posteriormente eliminada de la red pero paralelamente publicada de nuevo y de forma resumida dentro del proyecto Art Funerari (Universitat de Barcelona en colaboración con Cementirtis de Barcelona S.A.). La razón por la que he dedidido publicarla de nuevo ya quedó explicada en El cementiri de Les Corts. Mi trabajo de investigación realizado durante 2015 y 2016 a partir de fuentes documentales procedentes de los archivos municipales de Barcelona y en Cementiri de les Corts (Barcelona). El primer recinto funerario 1847-1913

Si bien tratar sobre costumbres y obligaciones funerarias parece apartarse del ámbito de la Historia del Arte, entiendo que un cementerio no se puede desvincular de la comunidad a la que pertenece. El estudio de ciertos documentos nos permite constatar el cambio de usos y costumbres en nuestra sociedad en materia funeraria. Los ritos y las tradiciones forman una parte importante de nuestro patrimonio cultural inmaterial que no deberíamos olvidar.

Ritos y costumbres funerarias

Actualmente nuestra sociedad esconde todo aquello relacionado con la muerte. Esta actitud tiene su origen en Estados Unidos y desde allí, se ha extendido por Europa haciéndose común a todas las sociedades industrializadas. Pero no siempre ha sido así. Recordemos por ejemplo unos textos de gozaron de una gran popularidad: Ars Moriendi, el libro del arte del buen morir, escrito entre 1410/50 y en donde se recogían diversos consejos sobre cómo tenía que morir un buen cristiano, y cuál tenía que ser la actitud que debían tomar los acompañantes. Otros ejemplos son el canto Ad mortem festinamus del Llibre Vermell de Montserrat, o las bien conocidas Danzas de la Muerte de Verges, en el Baix Empordà (Girona). En todos estos casos, la muerte se encuentra vinculada a las grandes mortandades ocasionadas por la peste negra que arrasó la población europea a partir del siglo XIV.

Durante el Barroco encontramos diversas manifestaciones artísticas y literarias en donde la idea de la muerte está más o menos presente. Las vanitas, género que ya existía desde la Antigüedad bajo la denominación memento mori, representan una reflexión existencial a través de la alegoría, sobre el paso del tiempo y la inevitable llegada de la muerte. Temática vinculada al Siglo de Oro español bajo el término genérico de pintura de desengaño, encontraríamos una de sus máximas expresiones en los jeroglíficos que Juan de Valdés Leal realizó para el Hospital de la Caridad de Sevilla: In Ictu oculi y Finis Gloriae Mundi. Estas obras reflejan el pensamiento de su promotor, Don Miguel de Mañara y su obra El Discurso de la Verdad escrita el 1671.

Ya dentro de un entorno popular, no podemos dejar de nombrar a las vírgenes de la Buena Muerte, invocadas para tener un buen morir y que gozaron de una gran veneración (1).

Actualmente los antiguos ritos y costumbres funerarias se han ido perdiendo y su sentido primigenio ha quedado olvidado. La existencia de los modernos tanatorios ha propiciado un cambio importante de actitud respecto al ritual funerario. Hoy día todo transcurre muy deprisa y de forma estandarizada con los tempos marcados por la permanencia del cadáver en la sala del velatorio. La contemplación del cuerpo se puede evitar ya que éste se encuentra estratégicamente situado para no ser visto por quien no lo desee.

Esta concepción de los rituales funerarios es relativamente moderna. Hasta no hace mucho a los difuntos se los velaba en su domicilio, en donde habitualmente habían fallecido. Actualmente es habitual morir en un hospital y el cuerpo se trasladada rápidamente al tanatorio, a fin de someterlo a las correspondientes prácticas de tanatopraxia para su posterior exposición en la sala del velatorio. Es el mismo tanatorio el que se encarga de todo el proceso lo cual en muchos aspectos, no deja de ser un gran alivio para los familiares. Las antiguas prácticas, ritos y funciones, se han ido olvidando para dar paso a una nueva concepción en relación al culto a los difuntos.

Pero todas aquellas antiguas prácticas y ritos, cumplían una función. Hemos olvidado que el acto de velar, tenía la misión de acompañar y preservar al difunto de los malos espíritus, y que socialmente era obligatorio asistir. Las luces, las velas que se disponían su alrededor (de ahí la denominación de «capilla ardiente»), habían de guiar al difunto al más allá y alejarlo de los malos espíritus, ya que existía la creencia de que éstos, no podía traspasar la luz (2). El velatorio cumplía además con otras dos funciones como la descarga de dolor y la de dar inicio a la incorporación del difunto al mundo de los antepasados (3).

Una defunción se anunciaba mediante el toque de campanas y los familiares y vecinos, participaban de forma activa en el ritual funerario. El cuerpo era amortajado por los familiares y a menudo, en colaboración con allegados y vecinos. Existió también la profesión de amortajar al cadáver y que normalmente era ejercida por las mujeres. Si el difunto pertenecía a una cofradía, eran los mismos cofrades quienes se encargaban de preparar al fallecido (4). El velatorio tenía lugar en el domicilio del difunto. Cuando llegaba una visita se la hacía pasar a la habitación en donde se exponía el cuerpo, y era muy importante que el visitante destacara que éste tenía buen aspecto, porque equivalía a decir que había muerto en gracia de Dios (5). El capellán de la parroquia era un miembro destacado dentro de la comunidad que no podía faltar al evento. Durante el velatorio se comía, se bebía, se rezaba y se hablaba del difunto siempre remarcando sus virtudes.

Una práctica difundida desde los inicios de la fotografía consistía en retratar al difunto. En estas imágenes conocidas como fotografías post-mortem o après le décès, no era extraño ver al fallecido simulando estar vivo e integrado entre los miembros de la familia. Los largos periodos de exposición necesarios para el daguerrotipo, facilitaban este tipo de imágenes que pasaban a ser un último recuerdo del ser querido. En otras imágenes los difuntos se fotografiaban simulando estar dormidos. En otras, no se intentaba esconder la realidad y eran fotografiados dentro de su ataúd o en el mismo lecho de muerte. Esta práctica que actualmente nos puede parecer macabra y de gusto más que dudoso, no era percibida en la época de la misma forma que hoy en día. Se trata de una muestra más del cambio experimentado hacia la muerte respecto a nuestros antepasados.

El ritual funerario constaba de dos partes: entierro y los donativos. El entierro era el oficio, el responso y el séquito hasta el cementerio. En el caso de la defunción de un niño, el séquito no era tan numeroso y asistían también los niños, quienes participaban activamente de los ritos. La muerte no se escondía a nadie. En estos casos, no se vestían de negro. No hay que olvidar la importancia del simbolismo del color. Las defunciones infantiles se consideraban como un hecho exclusivamente familiar, porque el difunto todavía no era un miembro plenamente incorporado a la comunidad (6). Eran las niñas de mayor edad las encargadas de acompañar el féretro hasta el cementerio. Al final de la ceremonia todos los niños eran obsequiados con dulces.

Las muertes acaecidas en la juventud eran consideradas como hechos fuera de lugar, incluso como un castigo. En cambio si la muerte tenía lugar durante la vejez, ésta era vista como un hecho absolutamente natural e incluso el propio moribundo elegía cómo quería ser vestido y dictaba sus últimas disposiciones en las cuales participaban los vecinos de forma activa.

Tras dejar el recinto funerario la comitiva fúnebre se despedía frente a la casa del fallecido, a excepción de aquellos quienes participaban del ágape funerario. Éste cumplía la misión de honrar al difunto y purificar a los miembros de la familia que habían sido «tocados» por la muerte (7). El banquete funerario era un ritual de suma importancia. De herencia romana, en donde el culto a los muertos tenía una gran relevancia, en el ágape nunca se servía ave porque existía la creencia de que el alma del difunto al separarse del cuerpo, tomaba forma de pájaro (8). Los frutos secos en cambio eran considerados «comida de difuntos» y por lo tanto comer aquello que les gusta, era una forma de acercase a ellos. Los panellets, castañas, huesos de santo que tomamos por Todos los Santos, eran y son una expresión de acercamiento a los difuntos (9). Con relación a esta festividad, quedará instituida por la Iglesia durante el primer tercio del siglo XI pero exclusivamente como acto litúrgico. La visita a los cementerios a primeros de noviembre para depositar flores como ofrenda no se inicia hasta el siglo XVIII (10).

Finalizado el banquete funerario, se iniciaba el periodo de duelo que comportaba la realización de ofrendas. Éstas incluían la correspondiente celebración de misas y rezos para el alma del difunto, así como donativos en forma de velas las cuales debían guiar al difunto en su camino hacia el más allá.

El luto mantenía a los miembros de la familia apartados de la comunidad. Los familiares habían quedado impuros por el contacto con la muerte y por esta razón, se los apartaba temporalmente de la sociedad (11). El duelo duraba años. El primer año era de luto riguroso, el resto era menos estricto. Las ofrendas realizadas al difunto durante el luto riguroso respondían a la creencia que si no se llevaban a cabo, éste permanecía rondando por el mundo de los vivos. Era pues necesario cumplir con todos los deberes espirituales hacia el fallecido. Finalizado el primer año el difunto quedaba incorporado definitivamente al mundo de los antepasados, convirtiéndose en un protector del hogar. Progresivamente los familiares se irán reintegrando a la sociedad. Para marcar el fin del luto riguroso, se celebraba una misa.

Obligaciones y costumbres funerarias en les Corts

Sin duda los vecinos de les Corts debían estar familiarizados con este tipo de rituales que acabamos de exponer. Pero además tenemos documentadas las obligaciones funerarias del municipio, correspondientes al año 1847 y recogidas en el Llibre d´Actes del Ayuntamiento (12). Recordemos que 1847 corresponde al año de la inauguración del primer cementerio de les Corts.

Reunidos en convocatoria general el día 18 de abril de 1847, y habiendo puesto previamente en conocimiento de los asistentes mediante auto de aviso librado por el Alguacil el objetivo de la convocatoria, quedan avisados los ausentes que quedarán sujetos a lo dispuesto en dicha convocatoria, que finalmente quedará acordada y aprobada por unanimidad de votos.

Propone el alcalde Vicenç Cuyàs que habiéndo sido costumbre y siéndolo en general a todos los pueblos de que al pasar a mejor vida, asistan a la casa del difunto algunos de los vecinos más cercanos para cuidar del entierro, según las instrucciones recibidas del dueño de la casa. Es interesante remarcar que las diversas funciones recaían según la proximidad y ubicación de estos vecinos respecto al domicilio del difunto. La función de avisar al rector de la parroquia, recaía en el vecino más cercano a la casa del fallecido. Pero podía darse el caso de que hubiera dos vecinos situados a la misma distancia. Cuando esto ocurría era el vecino que vivía en el lado derecho de la casa del difunto, quien asumía la tarea. Su misión consistía en comunicarle lo que la familia había dispuesto en relación con el funeral, responso y hora de las exequias. También tenía la obligación de comunicar a los tres o cuatro vecinos más cercanos a la vivienda del fallecido, la hora en que tenían que acudir al domicilio del finado, para conducir el féretro hasta la iglesia y después al cementerio. Recordemos que estamos hablando del año 1847 cuando todavía no se había implantado el uso del coche fúnebre. Hasta el último tercio del siglo XIX los difuntos del municipio eran trasladados a pie o con la ayuda de parihuelas (13). Los vecinos encargados del traslado del féretro estaban obligados a cumplir con dicha obligación. En caso contrario debían encargarse de designar a otra persona en su lugar que los substituyera.
Era obligación de la dueña de la casa situada en el lado izquierdo de la casa del difunto, llevar la oferta, o designar a otra persona en su lugar. Igualmente estaba obligada a contactar con el sepulturero por lo que respecta en cuanto al darle sepultura.

El documento acerca de las obligaciones funerarias de los vecinos de les Corts, es un magnífico testimonio del cambio operado en nuestra sociedad en relación a los usos y costumbres funerarias. No se puede afirmar si estas obligaciones eran las mismas para otros municipios pero podemos suponer que debió existir un «código» de conducta común, y que estas obligaciones no variarían sustancialmente de un municipio a otro. Recordemos las palabras del alcalde Vicenç Cuyas: habiéndo sido costumbre y siéndolo en general a todos los pueblos de que al pasar a mejor vida alguno de los vecino asistan los más cercanos a la casa de aquel al objeto de cuidar de su entierro.

No deja de sorprender que las obligaciones funerarias se recojan en las actas municipales pero si contextualizamos el documento, en 1847 no existían tanatorios por tanto era la familia quien debía hacerse cargo. Que las relaciones vecinales eran más cercanas que a día de hoy queda claro por el hecho de que estaban obligados a atender al difunto. Recordemos una vez más que el alcalde manifiesta que éstas se llevaban a cabo en todos los pueblos.

Dejar constancia escrita de las costumbres funerarias de las Corts en las actas municipales, tiene relación con la inauguración del primer cementerio de les Corts y la preocupación vecinal por el cuidado del recinto, que se traducirá en diversas mejoras y en la redacción de un reglamento para su dirección y conservación. En 1836 les Corts se independizará de Sarrià y necesitará como municipio independiente, dotarse de un ayuntamiento, una parroquia y un cementerio propios. La presencia del nuevo recinto funerario exigía una puesta al día sobre las cuestiones relativas a los entierros. No era pues de extrañar que el alcalde Vicenç Cuyàs, quisiera dejar constancia escrita de la actitud que debían tomar los parroquianos, en relación al ritual funerario.

Este post fue publicado en mi anterior blog el día 21 de diciembre de 2018 bajo el título Obligaciones y costumbres funerarias en les Corts, 1847

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Referencias

(1) AMADES, Joan. Imatges de la Mare de Déu trobades a Catalunya, Barcelona, Ed. Selecta, 1989, p. 99- 101
(2) AMADES, Joan. La Mort, Costums i Creences, Tarragona, Edicions El Mèdol, 2001, p. 26
(3) ROMA, Josefina. “Costums populars”, en Tradicions i llegendes Vol. I, Barcelona, edicions Mateu, 1982, p. 60
(4) Ibidem, p. 58
(5) Ibidem, p. 58
(6) Ibidem, p. 57
(7) Ibidem, p. 59
(8) AMADES, Joan. La Mort, Costums…, op. cit. p. 42 – 45
(9) RIERA, Carme. Els cementiris de Barcelona, Barcelona, Edhasa, 1981, p. IX.
(10) AMADES, Joan. La Mort, Costums…, op. cit. p. XVII
(11) ROMA, Josefina. “Costums…”, op. cit., p. 60. Ver también AMADES, Joan. La Mort, Costums…, op. cit. p. 39.
(12) Llibre d´Actes 1847. 5.3 Gestió de personal. SEPESP724/CAT/08001/9300081. Arxiu Municipal del Districte de Les Corts
(13) En 1836 el Ayuntamiento de Barcelona implantó el uso obligatorio del coche fúnebre. Esta obligación provocó una fuerte polémica. Les Corts fue uno de los últimos municipios en adoptar el uso del carruaje fúnebre

Fuentes documentales

Llibre d´Actes 1847. 5.3 Gestió de personal. SEPESP724/CAT/08001/9300081. Arxiu Municipal del Districte de Les Corts

BIBLIOGRAFÍA

AMADES, Joan. Imatges de la Mare de Déu trobades a Catalunya, Barcelona, Ed. Selecta, 1989
AMADES, Joan. La Mort, Costums i Creences, Tarragona, Edicions El Mèdol, 2001
RIERA, Carme. Els cementiris de Barcelona, Barcelona, Edhasa, 1981
ROMA, Josefina. “Costums populars”, en Tradicions i llegendes, Vol. I, Barcelona, edicions Mateu, 1982

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